La inteligencia es un tema complicado y polémico, se ha dicho mucho sobre ella, se ha especulado de sus funciones y de sus alcances, de su capacidad y sus aplicaciones.
Se ha preguntado por su modo de proceder, incluso se ha planteado desde la psicología si la inteligencia es una o si podemos hablar de muchos tipos de inteligencia con base en la diversidad de actividades que el hombre puede realizar. Hasta se ha hablado de inteligencia emocional. E incluso se han preguntado si la inteligencia proviene del cerebro o es una actividad del espíritu, inmaterial.
Mucho menos ha escapado este tema al análisis filosófico y/o ideológico, sino revísese en la historia de la filosofía la existencia de dos corrientes filosóficas: racionalismo y empirismo, e incluso el idealismo.
Sin embargo, lo que no es una duda a este respecto, es que en la experiencia cotidiana y en el ámbito del dominio popular la inteligencia siempre está relacionada con la posibilidad del hombre de conocer las cosas, o de por lo menos dar orden a lo que vemos en el exterior. En ocasiones también se le asume como la posibilidad de aplicar algo que conocemos, a manera de ideas, en algo de la vida práctica y que nos resulte útil.
Pero quizá pueda dilucidarse este tema tan problemático a partir de dos recursos; uno de ellos imprescindible para todo hombre, y primordialmente del hombre que trabaja con las palabras, y trata de encontrar el sentido más originario de aquello que investiga o estudia: el recurrir a la etimología de la palabra que designa lo que investigamos, por ejemplo, como se hace para dilucidar la naturaleza de la biología. El segundo recurso es el uso de la analogía, es decir, para este caso en concreto, una especie de comparación que nos descubra con mayor facilidad aquello que pretendemos entender.
Antes de proceder al despliegue importante del artículo, es importante que el lector sepa que la analogía a emplear es una anécdota curiosa, de la cual no podemos garantizarle su legitimidad histórica, pero si como un dato desconocido que nos proporciona una luz para entender más acerca de la naturaleza de nuestra inteligencia.
Fiel a este procedimiento, la inteligencia viene del latín intus que significa dentro y de legere que alude al verbo latino leer; en síntesis significa “leer dentro”. De aquí, la analogía nos hará más claro el sentido del gran misterio de la inteligencia; curiosamente, este dato también se remonta a las raíces latinas, y se manifiesta en la práctica del ejército romano.
Se dice que en los tiempos de los antiguos romanos se conformaban las filas con los legionarios y entre cada uno de ellos existía un espacio por el cual se paseaban los generales romanos, dichos espacios se llamaban inteligencia.
Este tránsito por la inteligencia no era en vano, pues el objetivo de ese pasear por dentro de las legiones era observar a cada uno de los soldados en su atavío, el estado de su ropa, sus expresiones, sus gestos, su postura, su complexión, su actitud y muchas cosas más.
Los datos que obtenían de ese observar por dentro a las legiones les servían para hacer asociaciones, catalogar a cada soldado según sus cualidades y para usar esos datos que obtuvieron del análisis los soldados en la estrategia militar. Es decir, que relacionaban e integraban la información de cada soldado y lo colocaban en el lugar idóneo para la estrategia a realizar.
Espero que les sea útil, apreciables lectores, esta vuelta a nuestras raíces lingüísticas y culturales para poder entender mejor este misterio de tantos que se nos presentan en la vida.
Se ha preguntado por su modo de proceder, incluso se ha planteado desde la psicología si la inteligencia es una o si podemos hablar de muchos tipos de inteligencia con base en la diversidad de actividades que el hombre puede realizar. Hasta se ha hablado de inteligencia emocional. E incluso se han preguntado si la inteligencia proviene del cerebro o es una actividad del espíritu, inmaterial.
Mucho menos ha escapado este tema al análisis filosófico y/o ideológico, sino revísese en la historia de la filosofía la existencia de dos corrientes filosóficas: racionalismo y empirismo, e incluso el idealismo.
Sin embargo, lo que no es una duda a este respecto, es que en la experiencia cotidiana y en el ámbito del dominio popular la inteligencia siempre está relacionada con la posibilidad del hombre de conocer las cosas, o de por lo menos dar orden a lo que vemos en el exterior. En ocasiones también se le asume como la posibilidad de aplicar algo que conocemos, a manera de ideas, en algo de la vida práctica y que nos resulte útil.
Pero quizá pueda dilucidarse este tema tan problemático a partir de dos recursos; uno de ellos imprescindible para todo hombre, y primordialmente del hombre que trabaja con las palabras, y trata de encontrar el sentido más originario de aquello que investiga o estudia: el recurrir a la etimología de la palabra que designa lo que investigamos, por ejemplo, como se hace para dilucidar la naturaleza de la biología. El segundo recurso es el uso de la analogía, es decir, para este caso en concreto, una especie de comparación que nos descubra con mayor facilidad aquello que pretendemos entender.
Antes de proceder al despliegue importante del artículo, es importante que el lector sepa que la analogía a emplear es una anécdota curiosa, de la cual no podemos garantizarle su legitimidad histórica, pero si como un dato desconocido que nos proporciona una luz para entender más acerca de la naturaleza de nuestra inteligencia.
Fiel a este procedimiento, la inteligencia viene del latín intus que significa dentro y de legere que alude al verbo latino leer; en síntesis significa “leer dentro”. De aquí, la analogía nos hará más claro el sentido del gran misterio de la inteligencia; curiosamente, este dato también se remonta a las raíces latinas, y se manifiesta en la práctica del ejército romano.
Se dice que en los tiempos de los antiguos romanos se conformaban las filas con los legionarios y entre cada uno de ellos existía un espacio por el cual se paseaban los generales romanos, dichos espacios se llamaban inteligencia.
Este tránsito por la inteligencia no era en vano, pues el objetivo de ese pasear por dentro de las legiones era observar a cada uno de los soldados en su atavío, el estado de su ropa, sus expresiones, sus gestos, su postura, su complexión, su actitud y muchas cosas más.
Los datos que obtenían de ese observar por dentro a las legiones les servían para hacer asociaciones, catalogar a cada soldado según sus cualidades y para usar esos datos que obtuvieron del análisis los soldados en la estrategia militar. Es decir, que relacionaban e integraban la información de cada soldado y lo colocaban en el lugar idóneo para la estrategia a realizar.
Espero que les sea útil, apreciables lectores, esta vuelta a nuestras raíces lingüísticas y culturales para poder entender mejor este misterio de tantos que se nos presentan en la vida.
Por: Fernando Moctezuma
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